DESCRIPCIÓN:

 

Es una vivienda rural perfecta y eficiente en la que se ha conseguido "sintetizar en un único edificio, colosal, de hasta mil metros cuadrados distribuidos en dos y tres plantas, todas las funciones esenciales: lagar, vivienda, cuadra, granero y pajar" según el investigador Alberto Santana. Todo un mérito que otros pueblos vecinos nunca han logrado, ni siquiera los cántabros que comparten nuestro mismo clima, vegetación y ganadería.

 

Santana ha recorrido más de 20.000 caseríos durante los últimos 25 años. Este profesor de historia del arte e historia medieval afirma que el caserío "es un kit perfecto, es la invención vasca". Pero el caserío "nunca está solo"; forma parte de una comunidad más amplia. Es la aldea. Así, es lógico que 'baserria' signifique aldea o comunidad del bosque o monte - basoko herria, en euskera -. 

 

Además, cada uno de los caseríos vascos tienen su nombre propio, reconocido por las autoridades y vecinos, y habitualmente invariable a través de la historia.

 

 

LA LEYENDA:

 

Se dice que un día a mediados de verano, un joven valiente llamado "San Martintxiki" consiguió robar un puñado de semillas de trigo a los señores de la montaña, los gigantes Basajaunak.  Poco después, tras estar espiándoles, logró averiguar en qué época del año convenía sembrarlas. Robando los secretos a los antiguos dioses fue como los hambrientos pastores y recolectores vascos se transformaron en labradores.

 

 

Si pasamos por algún baserri no es raro ver algunas plantas en las puertas puesto que se creía, y se sigue creyendo, en las virtudes protectoras de algunas plantas. Sobre todo el laurel, cuyas ramas acompañaban al caserío desde el mismo instante en que se terminaba de construir. La flor del cardo se consideraba eficaz para ahuyentar a los malos espíritus y el espino albar tenía el poder de alejar el rayo.